Publicado en diario El Peruano, el 01/04/2019
Hace unos meses, después de ofrecer una conferencia sobre estilos de liderazgo, me abordó uno de los asistentes, interesado en conversar conmigo sobre el tema tratado en la reunión y darme su apreciación.
Empezó diciéndome, preferí no comentarlo en la reunión, pero no quería dejar de mencionárselo personalmente. “Mi estilo de liderazgo es un poco distinto, y me da muy buen resultado”. ¿Cuéntame cómo ejerces tu liderazgo?, le pregunté.
“Siempre establezco acuerdos y me baso en ellos, antes de tomar una decisión, por ejemplo: En mi trabajo, el horario de ingreso en la planta es a las 8:00 a. m.; sin embargo, hemos acordado con el personal, que todos ingresen hasta las 7:50 a. m. y aquel que no llegue a tiempo se queda a trabajar dos horas más en el día. Todos respetan el acuerdo y así nos llevamos muy bien”, comentó.
Desconcertado le dije que más que un acuerdo se trataba de un castigo, ya que no se les pagaba a los trabajadores por las horas extras. Reponiéndome de la sorpresa, le expliqué cómo estaba exponiendo a su empresa al no cumplir con la legislación laboral y creando un pasivo contingente que podría ser muy peligroso.
Si bien este ejemplo puede ser un caso extremo, la importancia del liderazgo radica en la capacidad de influenciar, de persuadir a las personas para que te sigan, utilizando argumentos lógicos y humanos, pero sobre todo siendo una persona consistente para que los colaboradores confíen en ti.
No se trata de lograr que la gente haga las cosas porque le pagas o porque le quitas dinero, sino porque está convencido de que te debe seguir, ya que con tu liderazgo percibe esa sensación de crecimiento personal y profesional.
Influenciar, persuadir, ser consistente, argumentar con lógica y humanismo, guiar o dirigir, son capacidades esenciales para liderar, pero si no logras infundir dinamismo y dotar de estrategia a la empresa, no te puedes considerar un líder y menos puedes contribuir a los objetivos de la organización.