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24 marzo, 2009

Confianza: Te doy mi palabra

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“Si, me dijo, claro que recuerdo que les di mi palabra. ¿Cómo no lo voy a recordar? Sé también que me comprometí a pagar por esos servicios, pero nunca les firme un papel. Y así las cosas, ¿cómo esperas que le explique a mi jefa que voy a autorizar ese pago, si nada lo sustenta? Tú sabes cómo son las cosas, papelito manda. Pero mira, no me mires así con esos ojos de sorprendida, que no es para tanto. Quizá les pueda pagar algo, pero no esperen mucho que mi jefa me va a matar.”

 

Confieso que estaba muy disgustada pero logré mantener la calma. Enfaticé que la palabra empeñada vale tanto o más que cualquier documento escrito. Que no existe excusa para no cumplirla y que faltarla es además faltarse a sí mismo. Que la palabra de un ejecutivo compromete a la empresa y a su imagen. Mira, le dije además, estoy segura que ustedes no querrán tener el “honor” de ser la tercera empresa que incumple lo acordado, entre las casi 600 que lo han hecho con nosotros desde hace 15 años.

 

Entonces fue él quien abrió los ojos “¿Cómo va a ser? ¿Confías tanto en la palabra de tus clientes y te cumplen? ¿En qué mundo vives? Imagino que dirás que trabajas con empresas serias y socialmente responsables. Así cualquiera. Lo que es nosotros,  complicados como estamos, tenemos que cortar gastos por donde se pueda y dejar eso de los formalismos y la responsabilidad social, para las vacas gordas”.

 

¿Diálogo surrealista? Sin duda. ¿Común? ¡Felizmente no!

 

Y es que el Perú como en todas partes, entre gente seria, la palabra se honra y los acuerdos se respetan, aunque no estén “por escrito”. El capital moral y la palabra valen tanto más que cualquier ganancia o ahorro esperados y son la base de la integridad de empresarios, ejecutivos y líderes en quienes depositamos nuestra confianza.

 

La palabra, al igual que la ética, los valores y la reputación, son los pilares del éxito real y moral de cualquier profesional con visión y un mínimo de autoestima personal. Es también, elemento central de la empleabilidad, de la continuidad empresarial y por supuesto, del éxito en la vida personal.

 

En el Perú hemos dejado de tolerar la “criollada” de quienes no ven más allá de su ganancia inmediata a cualquier costo. Ya nadie está dispuesto a dejarse tomar el pelo por “vivitos” que se sienten por encima de los derechos de los demás. Esas son conductas y actitudes del pasado que escapan de todo código de ética y que no tienen cabida en un mundo de negocios formal e integrado.

 

Imagino que se preguntarán ¿y cómo acabó la historia? Su jefa se enteró de esta actitud frente a sus distintos proveedores (no por nosotros ciertamente) y le enmendó la plana totalmente. Me imagino el jalón de orejas que debe haber recibido. Pero, ¿habrá aprendido la lección?




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