Publicado el 16 de Septiembre del 2017 en El Comercio
Hay personas y empresas que actúan de maneras que ofenden la dignidad de otras
personas con las que interactúan. Muchas lo hacen sin mala intención, sin quererlo,
pero igual terminan dañando irremediablemente la relación de respeto y confianza y
toda posibilidad de interactuar positivamente. Y por supuesto afectando su marca y
reputación en el camino.
En el mundo del trabajo, ¿qué es lo que más ofende la dignidad de las personas?
Probablemente la falta de respeto y de consideración a nuestro valor intrínseco como
seres humanos merecedores justamente de eso, de respeto y consideración,
independiente del nivel jerárquico, cargo o la condición de cada quien.
Muchas de las ofensas a la dignidad son sutiles pero igual impactan duramente a quien
las recibe. Algunas vienen de faltas de cortesía básica, de la falta de la valoración por
el otro por distintos prejuicios y sobretodo, del descuido y la indiferencia por el
bienestar ajeno. Muchas de esas ofensas vienen de la necedad de poner “valores”
como el dinero el poder o el ego por delante del respeto que merecen las todas las
personas por igual.
Por ejemplo, muchas organizaciones se afanan por tratar con especial cuidado a la
gente “de más nivel” y descuidan torpemente al resto del equipo o a clientes “menos
importantes”, haciéndolos sentir ciudadanos de segunda clase. Otros les faltan el
respeto a sus colaboradores o clientes en “pequeñas cosas” como demoras
innecesarias en atenderlos, personal mal entrenado, incumplimiento de promesas,
pobres condiciones de trabajo etc.
Otras también privilegian lo que entienden mal como ahorros o eficiencias – como los
modelos “bajo costo” – y los confunden con maltrato, descortesía o arrogancia. Ahorrar
no significa tratar a nadie con rudeza o poco respeto.
Hay quienes, al terminar el vínculo laboral por ejemplo, – una situación particularmente
delicada en la vida de las personas y las organizaciones – , cometen regularmente
errores que ofenden la dignidad de las personas. Así, muchos improvisan en la
comunicación de salida y lo hacen sin el respeto que cada caso merece en especial.
Otros se refieren a las salidas usando términos irrespetuosos como “botar” o “sacar”.
Peor aún, hablan mal de quienes salen la organización y los señalan con expresiones
denigrantes como “grasa organizacional” o “sobrantes” etc, sin importarles el daño que
causan a la autoestima, la dignidad y la marca personal de los que se van ni la moral y
el compromiso de los que se quedan. Y después esas mismas organizaciones no
entienden porque no pueden atraer o retener talentos o clientes…
También hay por supuesto muchas personas y organizaciones que se esmeran por
hacer las cosas bien y que actúan correctamente con respeto y consideración. Y claro,
esas son las que repetidamente lideran las varias listas de las más reconocidas,
admiradas y además, de las más rentables en sus sectores. Son las que tienen la
mejor reputación, las valoradas como las mejores empleadoras, aquellas donde todos
quieren trabajar.
Con casi todas ellas me toca trabajar con orgullo, y soy testigo de que cuando de
dignidad se trata, nada reemplaza al ejemplo de líderes coherentes con sus valores
actuando con conciencia y respeto total a la dignidad y la autoestima de las personas
de todos los niveles por igual. Y eso también lo saben el mercado, los clientes y
sobretodo los trabajadores, que aprecian, valoran y reconocen con su preferencia,
compromiso y lealtad a sus líderes y a sus marcas.