Cuando un familiar querido necesita cirugía para recuperar la salud, ¿cómo buscamos al mejor cirujano? Típicamente, preguntamos a otros médicos y amigos por quién es “el mejor”. Luego de investigar su trayectoria y reputación, escuchamos sus planteamientos. Si nos “convence”, ¡ponemos la vida de nuestro familiar en manos de quien hasta hace poco nos era una persona totalmente desconocida!
Lo mismo hacemos cuando contratamos profesionales o servicios. Buscamos a los que nos refieren como a los mejores, a quienes vienen antecedidos por su buena reputación.
Sabemos que la imagen y la reputación son generalmente muy subjetivas -y no siempre justas-, ya que dependen tanto de hechos reales como de la percepción que otros tienen de nosotros. Pero no está demás recordar que, al final del día, los demás siempre nos medirán con la vara de los valores y de nuestra contribución real. Nuestra ética, profesionalismo e integridad en todos los campos de nuestra vida tanto profesional como personal serán los que hagan la diferencia en términos del valor de nuestro nombre, reputación y marca profesional.
Obviamente, nadie puede pretender parecer ser un buen profesional sin serlo: no se puede engañar a todos mucho tiempo. Sin embargo, en mercados laborales que se vienen tornando tan competitivos como el nuestro, no solo hay que ser bueno sino también demostrarlo y hacerlo día a día de manera consistente. Eso no significa alardear de éxitos o logros, ni mucho menos repartirlos por calles y plazas con arrogancia, pero sí nos compromete a aceptar que nuestra reputación e imagen están definidas por nuestro talento, conducta y actitudes, y serán determinantes en nuestro futuro profesional
Para muchos, la reputación, buena o mala, justa o injusta, ya está ganada, y prefieren no saber lo que se dice de ellos. Actúan como si nada se pudiera cambiar, dándole así la espalda al impacto que la mirada de otros tiene en su vida profesional. Resignarse a caminar por la vida con mala fama sin hacer nada al respecto equivale a hacerse harakiri profesional. De igual modo, cuando nos equivocamos es importante preocuparnos de aceptar y enmendar nuestros errores, tratando de aprender de ellos. En esta época de acceso inmediato a la información, la impunidad no existe por mucho tiempo, y la buena fama se puede perder muy rápido!
Debemos reconocer, sin embargo, que es difícil cambiar una reputación establecida, más aún cuando las personas no creen más del 50% de las cosas buenas que decimos sobre nosotros, ¡pero sí el 100% de las cosas malas que nos atribuimos!
Nuestra imagen personal, es decir, lo que los demás piensan de nosotros, nace de la imagen que tratamos de comunicar, de lo que pensamos y sentimos de nosotros mismos. ¡Cuántas veces he escuchado a personas expresarse dura o negativamente de sí mismas sin razón aparente, creándose gratuitamente malas imágenes que luego son muy difíciles de cambiar!
Entonces, vale la pena preguntarse ¿cómo nos perciben? ¿Nos ven como profesionales capaces, serios y dedicados o como personas informales e incumplidas? ¿Nos reconocen como personas comprometidas que agregan valor real o como aquellos que sobre-venden su promesa de valor y actúan con soberbia y arrogancia? ¿Tenemos fama de ser éticos, confiables y positivos, o de ser negativos y conflictivos? ¿Nos reconocen como correctos y transparentes o como sinuosos y poco claros? ¿Nos ven como a alguien con quien quisieran hacer negocios o contratarnos de ser posible?
Nuestra reputación es una llave que puede abrirnos o cerrarnos puertas. Está en nosotros convertirla en la clave de nuestra empleabilidad!