Empleabilidad: ¿Muy viejo para trabajar? - LHH DBM

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Empleabilidad: ¿Muy viejo para trabajar?

«Discriminar por edad es igual de absurdo que hacerlo por género, raza o cualquier otra excusa típica de quienes rechazan a sus semejantes por ignorancia o intolerancia»

Pocas cosas son tan frustrantes como la soterrada discriminación por edad en el mundo laboral. Como toda forma de discriminación, es injusta en sí misma y está basada en prejuicios y percepciones erradas.

En países más desarrollados, la tendencia actual es revalorizar al trabajador mayor y no dejar ir gente excelente solo por “el tema de la edad”. Luego de décadas de animar a jubilaciones tempranas, el reto presente es encontrar maneras de atraer y retener a las personas que pasan de las edades “adecuadas”.

Las razones para hacerlo son variadas: retener al talento valioso y no perder el bagaje del conocimiento de la organización pero, sobretodo, reconocer la efectividad y productividad de las personas por encima de la edad que tengan.

Y la realidad lo demuestra. Por ejemplo, entrenar a personas mayores es una inversión más rentable y segura: se quedarán en la empresa a aportar lo aprendido en vez de salirse a los tres años en busca de mejores oportunidades, como lo hacen naturalmente los más jóvenes. Aprecian y valoran el entrenamiento y aprenden igual de rápido ¡aunque se tiende a pensar lo contrario!

Estudios demuestran que los trabajadores mayores no solo son más leales, juiciosos, maduros y dedicados, sino que tienden a ser menos conflictivos y problemáticos. Tienen energía y vocación de servicio y, habitualmente, están más ‘agradecidos” de tener un trabajo, se “enamoran” de su empresa y valoran su labor.

Cuando se contrata gente “grande”, ya viene entrenada, con experiencia y con capacidad para dar resultados más rápido y con mayor solidez. Ellos aportan un bagaje de éxitos y fracasos que les permite enfrentar los cambios con más aplomo. Son más flexibles y adaptables, aunque los prejuicios y la cultura “popular” dicen que “vienen con vicios”, traen ‘malos hábitos” y no se adaptan a la cultura con facilidad. Obviamente hay trabajadores mayores que son flojos, lentos, tienen malas costumbres y les cuesta aprender cosas nuevas pero, cuando ese es el caso, lo más probable es que también eran así a los 30. El malo o el mediocre, lo será a cualquier edad.

Por el contrario, el buen trabajador lo es a los 25, a los 54 o a los 66. La edad no es el factor que define la calidad de un trabajador, su compromiso o su capacidad de aporte. Asumir lo contrario a priori es un grave pero muy común error que cometen las organizaciones, basadas en prejuicios que les impiden mirar a cada individuo como tal. Discriminar por edad es igual de grave o absurdo que hacerlo por género, raza, condición social, creencias religiosas o cualquier otra excusa típica de quienes rechazan a sus semejantes por ignorancia o intolerancia.

De otro lado, decir que “son más caros” es el pensamiento cortoplacista del que solo mira el costo, más no el valor que agregan los buenos trabajadores, indistintamente de su edad.

Espero que el 2006 nos traiga refuerzos en esta cruzada de mirar el talento, el valor agregado y la contribución al resultado -y no la edad- a la hora de evaluar, contratar, promover o entrenar personas. ¡Ojalá que más organizaciones en el Perú puedan revisar sus políticas de diversidad y comiencen a redescubrir el escondido y valioso talento del trabajador o ejecutivo mayor!