
Imagínese que deben operar a un familiar suyo. Naturalmente, querrá al mejor cirujano para la intervención. Peguntará a médicos y amigos por las referencias del más reputado, y si son óptimas, confiará la vida de su familiar en las manos de alguien que hasta hace muy poco le era un total desconocido!
Sea que busquemos un cirujano, un abogado, un ejecutivo o un asistente, siempre nos guiaremos por la reputación que le precede. Confiamos más en lo que nos dicen terceros que en lo que nos dice o promete el propio “vendedor” de servicios profesionales. Este “boca a boca” funciona para casi todo lo que buscamos: nos guiamos de las referencias para confiar en la experiencia, calidad o resultados que nos ofrecen.
Los profesionales “vendemos” nuestros servicios profesionales a quienes nos contratan, así es de especial interés que nuestra reputación sea consistente con quienes somos y con las metas que queremos lograr. La buenas referencias son clave para la empleabilidad! A mejor reputación, más empleabilidad.
Por ejemplo, en procesos de recolocación, quienes buscan contratar revisan exhaustivamente las referencias, tanto las “formales”, aquellas sugeridas por el candidato, como las “informales”, contactando directamente a ex jefes, subordinados, pares o ex clientes. Así, teniendo “la figura” completa, contratan al profesional con la garantía que supone su prestigio.
Conocí a un magnífico arquitecto cuyos diseños eran extraordinarios, pero que tenía problemas de relación con sus clientes. Con el tiempo, su reputación de “difícil”, acabó con su éxito profesional. Lo mismo pasó con un excelente ejecutivo financiero, cuya arrogancia le impidió cuidar sus buenas relaciones con sus pares, (y por tanto, su reputación) limitando sus posibilidades de promoción dentro de la organización.
Por otro lado, las faltas de ética o de integridad son obviamente las principales destructoras de la reputación y rara vez quedan mucho tiempo escondidas: hoy todo se sabe y muy rápido.
Ciertamente, la reputación de un profesional se fundamenta en la calidad del servicio que brinda, pero también tiene un alto componente subjetivo. Está basada no solo en lo bien que el profesional hace su trabajo, sino también de cómo los otros lo conocen, perciben y mejor aún, aprecian y valoran.
Lo interesante es que muchas personas trabajan de espaldas al cuidado de su reputación. Unos creen que solo deben preocuparse de ella con clientes, jefes o superiores y la descuidan con proveedores, pares o subordinados, quienes son también principales referentes. Otros creen que basta con ser buenos en su trabajo y caen en la complacencia de no mantenerse visibles ni tender redes de confianza con quienes interactúan, creyendo que su reputación se labra por sí misma sin ningún esfuerzo adicional.
Mi mamá siempre decía: “No solo hay que ser buena sino también parecerlo”. Ella probablemente se refería a cuidar la buena imagen de personas serias y formales que esperaba que sus hijas merecieran y tuvieran. Pero esa frase se aplica también a la necesidad que tenemos todos no solo de hacer bien nuestro trabajo y vivir con integridad, sino de preocuparnos activamente por ser reconocidos como tales en los distintos medios en el que nos movemos, pero actuando siempre con sencillez y sobriedad.
Del mismo modo, el Perú tiene hoy una bien ganada reputación que le permite ser anfitrión de dos importantes foros internacionales en 2008 y recibir inversiones del mundo entero. Esa reputación, que tanto beneficia al país, debemos de cuidarla con empeño todos los peruanos, sin distingo de creencias políticas o partidarias.