Juntos podemos parar a los vivos (ver artículo)
Inés Temple, en su más reciente artículo en la revista Mujeres Batalla, nos habla sobre la importancia de alzar la voz en ciertas situaciones de caos en las que intentar poner orden puede resultar muy positivo y ejemplar.
Revista: Mujeres Batalla, sección Mi lado B, 10-04-2013
Con Antonio solemos acordamos de aquellos días que siguieron al terremoto de Pisco. De la sorprendente reacción de solidaridad de tantos que partieron en auxilio de los suyos y también de desconocidos, y del enorme atracón de vehículos que esto generó en la vía al sur.
Yo estuve allí. Varios colaboradores perdieron todo esa terrible tarde de agosto y partimos llevándoles agua, comida, carpas, ropa, velas, cocinas… Diez horas nos tomó llegar a Pisco, y no por el terremoto y los daños reales en las vías, sino por los vivos de la carretera que no hicieron más que crear caos, desorden y descontrol. Colmaron las pistas secundarias e incluso las de regreso. Nadie respetaba nada. Todos se colaban, nadie cedía el paso y los pocos policías presentes se sentían desamparados ante el tamaño del tumulto. Nadie les hacía caso. El embotellamiento era colosal.
Hubo que bajar y organizar una “resistencia” para forzar a los vivos a entrar en orden y respetar. Fuimos varios los que les cerramos el paso. Y lo hicimos con la fuerza de nuestra voluntad y con nuestros cuerpos bien parados en las vías haciendo el signo de pare con ambas manos. Lo hicimos con la firmeza que te da el saber que estás haciendo lo correcto, que estás actuando por un bien mayor. Mi indignación era tal, que tras estar más de tres horas parados mientras lo vivos avanzaban por donde querían, me puse a ordenar el caos en el sector de Hawai, cerca de Chincha. Ahora que lo pienso, fue bastante arriesgado parar camiones, buses, combis, taxis, camionetas con lunas oscuras, para tratar de poner algo de orden, pero el momento lo ameritaba.
El mundo se dividió en tres: los que estábamos del lado del bien y actuábamos con decisión, los que no respetaban nada y los que preferían no tomar partido (esos siempre existen). Pero nuestro grupo fue creciendo y expandiéndose y tomando fuerza. Lo que empezó tímidamente con un: “Señor, no se pase, pues, que está contra el tráfico y empeorando las cosas”; se convirtió en un: “¡Pare! Salga de ese carril y espere dos horas por su turno como todos nosotros. ¡Ahora!”.
Fue una experiencia colectiva increíble que terminó tan anónimamente como empezó. El orden comenzó a dar sus frutos y los pocos policías presentes se sintieron respaldados y recuperaron sus bríos (también les llegaron refuerzos), y las filas -ya con más orden- empezaron a avanzar. Varias veces me he cruzado con mis “compañeros” del lado del bien y nos hemos sonreído con esa complicidad que uno tiene con quienes compartió momentos que definen el carácter y consiguen cosas.
¿Lo volvería a hacer? No sé, quizá ahora mido más el riesgo. Pero la indignación mueve montañas y a mí me saca de mis casillas. Aprendí que al vivo sí se le puede parar, que los ciudadanos tenemos el poder de cambiar las cosas cuando es de verdad necesario. Ya no estamos para aceptarle vivezas a nadie. ¡Vale alzar la voz!