
Aquí estoy, estudiando otra vez.
Debo confesar que animarme a volver a clases me costó muchísimo. ¿Y en qué tiempo? –pensé- si ya hago tantas cosas y no necesito más presión en mi agenda. ¡Es una locura! – llegué a decirme- ¿a estas alturas de mi vida, ya para qué?
Pero cuando mi reflexión llegó a ese punto, me quedé sin argumentos….
En mi discurso de elevar nuestros niveles de empleabilidad, competitividad individual y el valor de nuestra marca personal, siempre insisto en la importancia de mantenernos vigentes. De no caer en la complacencia de pensar: “así estoy bien”.
Es más, uno de mis temas favoritos en el ámbito del marketing personal es evitar la arrogancia de creer que no necesitamos aprender más. Y así sentí el impacto de mi propia conciencia diciéndome: “dónde está tu consistencia? ¿Hablas de eso y tú no lo haces? (en mi descargo, debo decir que siempre tomo cursos y seminarios, pero este era un compromiso académico más exigente).
¿Con qué autoridad moral vas a seguir sugiriendo a otros que inviertan en su educación si tú no lo haces? Y ustedes saben cómo es cuando la voz de la conciencia nos tortura…
Entonces recordé como les insisto a mis clientes que no corten sus presupuestos de capacitación y que tomen conciencia de la importancia de invertir en el desarrollo de su gente: es la mejor inversión que existe y la de mejor retorno.
El argumento de la integridad también me rondaba. Mantener los mismos valores y comportamiento en todos los ámbitos de mi vida. ¿Y con qué cara –pensé- puedo vivir animando a mis hijos a mejorar sus perfiles académicos si yo no lo hago?
Por otro lado, manejo una empresa exitosa que tiene el 90% de su mercado, ¿para qué más esfuerzo?-me dije. Y allí recordé el error que cometemos los empresarios al creer que somos el mejor gerente que nuestra empresa necesita, o que el éxito pasado garantizará el futuro, limitando las posibilidades de crecimiento de la empresa y de los que en ella trabajan.
Así que aquí estoy. Revisando todos mis supuestos, incorporando ideas nuevas, ensanchando mis paradigmas, obligando a mi mente a ser más flexible. ¿Y saben qué más? ¡Disfrutándolo mucho!