¿Y ahora qué vas a hacer? (Ver PDF)
Fuente: Revista Aptitus / 16-01-2014
Sobre el líder que cambia de rumbo y se halla con que nunca dedicó tiempo a desarrollar su marca personal por concentrase demasiado en la empresa.
Llegó a mi oficina un ejecutivo de esos que uno admira por su fama de excelente líder, y lo que pensé es que iríamos a hablar de un programa de coaching para su equipo o para alguno de sus colaboradores. Su equipo es conocido por lo efectivo y bien integrado que siempre ha sido, resultado de su directo involucramiento con el desarrollo de cada uno de ellos. También, se me ocurrió que de repente hablaríamos sobre la movilidad de ese talento que él cultiva con tanto empeño y dedicación.
«Me voy a fin de mes», sin embargo, fue lo que me dijo, con una mezcla de alivio, cansancio y pena reflejada en su expresión. «Se cumplió mi ciclo en la empresa y ahora solo quiero descansar, tomarme unas buenas vacaciones, viajar con mi familia y no pensar en trabajo por un buen tiempo», me explicó. Esa respuesta no me la esperaba, siendo él un gerente de esos tan comprometidos con su empresa. «¿Qué pasó?», le pregunté con genuina curiosidad y me contó con lujo de detalles (en total confidencialidad, obviamente) los pormenores de tremenda decisión.
Hablamos un largo rato sobre cómo se sentía con este cambio, sobre su carrera, sus triunfos y sus batallas. Luego de un merecido desahogo -los ejecutivos normalmente tienen muy pocas oportunidades para hablar de sentimientos asociados a sus carreras y siempre que lo hacen se sienten muy aliviados de compartir—, llegamos al punto: «Y ahora, ¿qué vas a hacer? ¿En qué quieres trabajar?», le pregunté. «Como te dije, no quiero hacer nada por ahora», me respondió. «¿Y después? ¿Qué quieres hacer, qué has pensado?», insistí. «No sé, no he pensado en nada aún, ya veré», me dijo encogiendo los hombros, genuinamente sorprendido por mi pregunta. «Lo que venga, lo que se me presente, alguien me llamará», concluyó diciendo. Pasó con él, lo que con muchos: siempre muy focalizado en su trabajo, dedicó muy poco tiempo a pensar en él mismo, en su carrera o en sus posibles siguientes pasos: un plan B. Nunca se había sentido en la necesidad de tratar a su carrera como a su mejor negocio, ni de verse a sí mismo como proveedor de servicios o empresario de su carrera. No le puso foco a su desarrollo personal ni tampoco había registrado sus logros cuantificados (hoy, para hacer su CV, después de años debe hacer «arqueología empresarial»). Siempre se concentró en las marcas de la empresa y nunca dedicó tiempo alguno a desarrollar la vigencia de la suya propia. Y tampoco tenía una red de contactos bien desarrollada, en la creencia -equivocada, por cierto- de que hacer contactos es llamar a los amigos a pedirles favores o trabajo cuando uno lo necesita.
Creo que, como muchos ejecutivos mayores de 40, creyó que dedicarse a pensar en su propia carrera era ser desleal con la empresa donde trabajaba con tanto ahínco. Así, fue dejando de lado su preocupación e interés por su empleabilidad y su marca personal.
Me costó convencerlo de no demorar su proceso de transición laboral. Conversamos que el riesgo de que el valor de su marca personal decaiga era muy posible, que el mercado «olvida», si se pasa mucho tiempo alejado del ambiente laboral. O del riesgo de dedicarse demasiado a actividades menores que consuman su tiempo y energía, y que lo distraen de su principal tarea: definir claramente sus objetivos y metas, para luego enfocarse en encontrar una actividad profesional que le permita seguir creciendo y desarrollándose con plena satisfacción.