Relación con el jefe: ¿Y si lo invitas a comer a tu casa? - LHH DBM

Prensa

Relación con el jefe: ¿Y si lo invitas a comer a tu casa?

¿Y si lo invitas a comer a tu casa? (ver artículo)
Inés Temple, en su artículo nos habla sobre lo duro  que puede llegar a ser el concepto de agradecerle a nuestro jefe y como aveces nos da miedo ser considerados sobones, juega un rol muy importante en nuestra vida laboral.
Diario: El Comercio, sección Economía, 19-02-2013

 

Todos las semanas me reúno con grupos de ejecutivos que están en proceso de transición. En la sala hay gerentes de distintos niveles, todos con mucha experiencia y madurez. Probablemente de los mejores ejecutivos que tiene en país. Tocamos  siempre muchos temas en un ambiente informal, de confianza y camaradería. Casi todos los temas despiertan mucho interés, pero solo uno invariablemente despierta pasiones y mueve a todos los presentes: el del jefe.

“Alcen la mano aquellos que acostumbran invitar a comer a su casa a su jefe”, silencio en la sala. Muy pocas manos tímidas se levantan ante la mirada atónita de los demás. Ahora, por favor, aquellos que lo han invitado alguna vez a su casa a algún evento. Unos cuantos más lo hacen, pero no más del 20% de los presentes. ¿Por qué no?- pregunto yo- y la discusión se vuelve intensa. Y claro, mi rol es de reforzar el concepto que el jefe es el principal cliente de nuestros servicios, a quien principalmente  debemos de brindar un servicio impecable en aras de promover nuestra carrera y nuestra empleabilidad. Que finalmente del jefe depende mucho el futuro de nuestra carrera y que nuestra actitud hacia él o ella impactará su objetividad a la hora de evaluarnos.

Los jefes también son humanos y necesitan la aceptación y aprobación de sus subordinados. Y, por qué no, de su aprecio sincero. Obvio y todos de acuerdo hasta allí, pero, ¿invitarlo a casa?

Todos hablan al mismo tiempo. Las opiniones se dividen y los argumentos van y vienen.  No hay consenso. Cuando pregunto sobre cómo le agradecen al jefe el bono, el feedback honesto, los esfuerzos por mejorar en el clima laboral o las oportunidades de aprendizaje, el incómodo silencio regresa a la sala. Agradecer al jefe es un concepto duro para muchos. Creo que el terror local a ser considerado “sobón” es tan fuerte que la mayoría prefiere reservarse sus expresiones de aprecio o reconocimiento a sus superiores.  Temen sentirse aduladores o hipócritas y, peor aún, ser señalados por sus colegas como tales.

Decido echar más leña al fuego y les recuerdo a estos experimentados ejecutivos que ellos son también líderes de organizaciones, jefes de muchos, y allí el tono de la reunión cambia nuevamente por completo. Muchos recuerdan la desazón que sentían cuando sus esfuerzos en favor de sus subordinados no eran apreciados o valorados por ellos. Y cómo eso mellaba su ánimo, sobre todo porque se habían esforzado en conseguirles mejoras que luego nadie agradecía.

“Somos una cultura que no se  da el tiempo para agradecer mucho a nadie” comenta alguien cabizbajo. Ejemplos van y vienen, y escuchamos experiencias en ambos sentidos. Casi dos horas pasan volando y al final concluimos que, tanto a jefes como subordinados, nos cuesta mucho agradecer y reconocer; pero que también nos gusta mucho -es más, necesitamos- que nos reconozcan, aprecien y valoren, tanto en el lugar de trabajo como en la vida personal.  Que es muy grato que de vez en cuando nos den las gracias de manera sincera y efusiva en el mundo del trabajo.

Termina la conversación, agradezco a todos su participación. Algunos se acercan y comentan el valor que la sesión les agregó. Aprecio los comentarios y todos salimos contentos. Pocos jefes recibirán invitaciones, pero el mío seguirá comiendo comida peruana en mi casa cada vez que pase por Lima.