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1 diciembre, 2009

Responsabilidad social: Cultura de devolver

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¿Devolver? ¿qué? ¿libros? No sé a qué te refieres con eso de “cultura de devolver”, me dijo un amigo cuando le comenté que escribía este artículo. Incluso me miró como si bromeara cuando le expliqué que en otras culturas el devolver a la sociedad lo que ella ha dado es una costumbre muy arraigada. Que las personas donan su tiempo o dinero y adoptan causas comprometiéndose con grupos menos favorecidos, e incluso viajan a países como el nuestro para apoyar obras que benefician a gente que no conocen.

 

“¿Vienen al Perú para levantar colegios, canchas deportivas y ayudar porque sí? O les sobra el tiempo o, de hecho, les sobra plata. Seguro que pueden descontar el viaje de sus impuestos”, me respondió incrédulo, negándose además a la idea que nuestro país nos ha dado mucho y que nos toca poner de nosotros algo más a favor de su desarrollo.

 

Para muchos como él, los peruanos o tenemos muy poco o ya  nos han quitado mucho. O seguimos en riesgo de que vuelva a pasar. También, hemos sabido de muchas estafas con la excusa de la caridad y por eso nos sentimos con derecho a no volvemos a confiar en nadie. Pero igual, como sociedad en general, no tenemos arraigado el compromiso de retribuir, de agradecer y ayudar a otros con menos oportunidades, quizá con excepción de los más humildes, naturalmente más solidarios, y de otros quienes ya lo hacen silenciosamente, pero sin ser tantos, lamentablemente.

 

Es cierto que hay tanta necesidad que uno siente su aporte una gota en el mar, pero el mar está compuesto por millones de gotas. Esa es la idea de arraigar más en el país conceptos como solidaridad y compromiso, que ya los tenemos, lo vimos en la respuesta colectiva ante el terremoto del sur. Pero no se trata solo de responder a una emergencia, debemos desarrollar una actitud cotidiana hacia la solidaridad.

 

¿Para qué? Para ayudarnos a crecer. Sin esperar a que todo lo hagan otros. Imagine que pudiéramos replicar las buenas costumbres filantrópicas de otras culturas, donde las bibliotecas, universidades, colegios, hospitales, programas de investigación o de ayuda, existen gracias a la generosidad de personas que donaron su tiempo o dinero para construirlos o mantenerlos. ¿No sería este un país mejor?

 

Qué importan los incrédulos que piensan que la filantropía es un acto de vanidad de quien quiere poner su apellido en una placa. La realidad es que las obras quedan. Eso es un ejemplo para todos.

 

¿Ejemplo a quién? A quienes piensan que nada les sobra y no pueden compartir. A aquellos que creen que su responsabilidad acaba en sí mismos y sus familias, salvo la ocasional colaboración con alguna obra cercana o en una emergencia bien publicitada.

 

Ahora que el Perú crece, cuando hemos aprendido a reconocernos como un país que puede tener éxito y logramos navegar con relativa calma la crisis internacional, nos toca ser más solidarios y asumir responsabilidad sobre nuestro entorno más allá de lo inmediatamente personal.

 

Estoy convencida que es justo ahora, cuando nos consolidamos en un proceso de crecimiento, que es momento de dar más a otros y no dejar que crezcan las brechas. No se trata solo de dinero, podemos hacer trabajo voluntario o tener una causa personal de apoyo social por pequeña que ésta pueda ser. Hagamos por otros sin esperar una recompensa, más allá de la satisfacción de ayudar o devolver. Asumamos nuestra responsabilidad de colaborar con la inclusión, asumiendo nuestra responsabilidad social personal como peruanos para devolver a nuestra sociedad las oportunidades que nos brinda. Alternativas y necesidades hay por todos lados! ¡Actuemos!




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