
Tu cara sí me ayuda
Fuente: Mujeres Batalla / 08-05-2013
Hace casi dos años, en medio de esos tan difíciles momentos que la vida se encarga de traernos de tanto en vez, escribí una columna que me sirvió casi como terapia. La volví a leer, puede sentir lo mal que lo estaba pasando… Alguien en casa estaba muy complicada de salud. Las cosas no se veían nada bien, cuando un segundo ataque de esa terrible enfermedad se anunció. El panorama era sombrío.
Yo estaba aterrada. Toda la fuerza que sirvió para enfrentar el primer desafío con ánimo y entereza, se desvaneció con la mala noticia. Y claro, mi cara -como siempre- todo lo mostraba (definitivamente, yo no tengo ‘cara de póker’). Y como narraba esa columna, la protagonista de la historia se me acercó una noche, con una actitud muy calmada, y me dijo suavemente: “Sabes que te quiero mucho, que aprecio todo lo que has hecho por mí y por todos durante todo este tiempo, pero ahora tengo que decirte que de verdad, en estas últimas dos semanas, tu cara no me ayuda para nada”.
¡Plop! Cuánta verdad y cuánta dulzura en esas palabras devastadoras. Mi pena no me dejaba percatarme del efecto que mi cara y mi actitud causaban en quien vivía en primera persona la lucha por su vida. “Tu cara no me ayuda”. Ayyyy, qué vergüenza sentí… Me di cuenta en ese instante que estaba tan concentrada en mi dolor, que olvidé mi rol de soporte en esa historia que en realidad le pertenecía a ella, no a mí.
No pude sino abrazarla, pedirle mil perdones y hacerme el firme propósito de cambiar de cara, de actitud, de vibra, de rol… Casi lo logré. Aprendí a mantener mi buena cara incluso en los momentos más complicados (¡y vaya que se complicaron con ganas meses después!). Pero creo que mi firme propósito de no incurrir en expresiones que asustaran a mi familia o les transmitieran desesperanza, me ayudó también a mí para salir adelante.
Ella me dijo esa vez: “Necesito tu fuerza para saber que todo va a estar bien, necesito ver confianza y seguridad en tus ojos, necesito que ellos que me digan que todo saldrá bien”.
Y eso fue lo que traté de darle todo el tiempo.
¿Saben por qué les cuento esto? Porque la semana pasada, estando a la espera de las noticias del último chequeo, yo estaba serena, positiva y sonriente. Tanto, que no parecía que sentía el miedo y la angustia que esos eventos causan (había rezado tanto, que de verdad esperaba buenas noticias). Ella me dijo: “Tu cara hoy sí me ayuda, ¡gracias!”. Y -¡yupi!- nos dieron las buenas noticias que queríamos escuchar: las cosas van bien, hemos ganado una batalla más. Hoy ando con una cara de felicidad tal, que hace que cualquiera me diga con razón: ¡Tu cara ayuda!
Como ven, he aprendido a compartir lo bueno, también. Gracias a todos por sus buenas vibras. ¡Gracias por leer estas líneas!